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Biografía

El legado de Hernando Marín


Hablar de Hernando Marín Lacouture es hablar de una de las plumas más brillantes y sensibles del folclor vallenato.


 Su poesía hecha canción marcó una época y dejó huellas imborrables en la memoria musical de Colombia.


Para mí, su hijo Deimer Marín Jiménez, este espacio es más que un homenaje: es el reconocimiento a quien me heredó el amor por la música y me enseñó que las canciones son eternas cuando nacen del alma.


Aquí encontrarás su historia, sus obras y el legado que sigue vivo en cada acorde y en cada letra que lo recuerdan como uno de los más grandes compositores de nuestra tierra.




Hernando Marín


El cantor del pueblo


Hernando Marín Lacouture nació en El Tablazo, un humilde corregimiento de San Juan del Cesar, La Guajira. Desde sus orígenes sencillos, marcados por limitaciones económicas y una educación formal de apenas dos años de escuela, se levantó como uno de los compositores más importantes de la música vallenata. Su vida fue un testimonio de esfuerzo, talento y sensibilidad, forjada con manos fuertes y encallecidas de machetero, palero y hachador, pero siempre guiadas por la poesía de su alma.


Su camino musical comenzó en los años 70, cuando ganó el Festival del Fique en La Junta, La Guajira, y pronto conquistó reconocimiento con sus primeras obras, entre ellas el éxito “La creciente”. Desde entonces, su voz se convirtió en portavoz de la gente del común, de los olvidados por el Estado y de aquellos que clamaban por igualdad, justicia y mejores condiciones de vida. Hernando Marín fue, como él mismo lo expresó, un cantor al servicio del pueblo.


El desaparecido periodista Guzmán Quintero, citado por Julio Oñate, lo describió como un hombre que supo gozar la vida, convirtiendo cada instante en canción. Y así lo demostró: en “Placeres tengo”, evocó el deseo de revivir a su padre para verlo sonreír; en “Mis muchachitas”, plasmó el amor tierno hacia sus hijas; y en muchas de sus letras supo convertir sus vivencias cotidianas en poesía eterna.


No obstante, su inspiración no se limitó al amor o a lo vivido: también le cantó al paso del tiempo y a la vejez, reconociendo con melancolía que los años llegaban galopando sin detenerse. Temía ser olvidado como parrandero y recordado solo como consejero, pero sus canciones lo inmortalizaron mucho más allá de su propia predicción.


Hernando Marín también soñó con un país distinto: sin desigualdades raciales, sin guerra, donde la paz fuera un canto colectivo. Así lo expresó en sus versos, deseando que de las montañas bajara un son de paz que reemplazara las balas por amor.


Falleció como lo había anticipado en su primera canción grabada por Diomedes Díaz, titulada “Mi futuro”, dejando un legado inmenso en la historia del vallenato. Entre sus peticiones finales a su familia estuvieron dos: que no lo lloraran, porque prefería que lo recordaran cantando, y que sus restos descansaran en Valledupar, la tierra que tanto amó y a la que tantas veces le cantó, sabiendo que su natal El Tablazo desaparecería por la explotación carbonífera.


Hoy, su obra sigue viva en las voces de quienes lo interpretan y en la memoria de un pueblo que lo recuerda como lo que fue: el cantor del pueblo, un poeta que convirtió las alegrías, las penas y las esperanzas en versos inmortales.

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